Se le atribuye a Einstein la frase “no podemos resolver nuestros problemas desde el mismo nivel de comprensión desde el que fueron creados”. Afrontar los grandes desafíos sociales, ambientales y existenciales del siglo XXI sin cuestionarnos las preguntas profundas de cómo y porqué hemos llegado hasta aquí ofrecería respuestas superficiales que difícilmente nos permitirían entender la humanidad que los sustentan ¿Qué valores y qué creencias mantenemos para permitir las injusticias sociales y ambientales que nos rodean?
En la carta de Málaga por la nueva economía e innovación social adoptada durante el primer NESI Forum en 2017 se recoge la necesidad de que todos puedan florecer como una de las ambiciones de la nueva economía. A día de hoy estamos atrapados en la maraña del deber, lo urgente, la sobreocupación y las prisas que nos aleja de la posibilidad de conectarnos con nosotros mismos y cultivar una vida feliz. Feliz con mayúsculas, no feliz el fin de semana que me voy de viaje a pasarlo bien con mis amistades. Y así vamos corriendo, aunque no tengamos ni idea de a dónde vamos y para qué queremos ir.

Según el último Informe Mundial de la Felicidad, publicado por Naciones Unidas en 2018, la felicidad media del planeta es 5,3 en una escala de 10. Mientras que el Producto Interior Bruto Mundial crece y crece nuestra felicidad no refleja el mismo patrón. Multitud de estudios demuestran que la felicidad y los ingresos económicos tienen una correlación positiva hasta cierto punto: una vez que hemos cubierto nuestras necesidades básicas, nuestra felicidad no depende de nuestro poder adquisitivo. Sin embargo, como no se nos enseña a vivir y nadie nos dice qué va a hacernos felices muchas personas guían sus vidas con la brújula económica y entienden que ese no era el rumbo cuando es demasiado tarde.

Todos queremos ser felices, aunque no sepamos cómo
Aunque cada persona tenemos nuestra propia interpretación de qué es la felicidad y cómo podemos cultivarla, desde la ciencia se proponen dos grandes acepciones. Por un lado está la concepción hedonista, basada en un concepto individualista que proviene de maximizar el placer, alcanzar objetivos y minimizar los malos momentos y, por otro la concepción eudemónica, basada en actividades significativas dirigidas a alcanzar la perfección que representa la realización del verdadero potencial de cada persona y que está más orientada al nivel relacional. La ciencia también ha demostrado que nuestra felicidad no depende del azar, sino de nuestra actividad intencional. Por tanto, podemos aprender a ser felices.
Ser felices no es indiferente
Piénsalo un momento, ¿qué te pasa cuando estás en una época de tu vida serena y armoniosa, con sentimiento de propósito y experimentando emociones positivas de manera frecuente? ¿estás igual, tienes la misma visión del mundo y enfrentas tu cotidianidad de la misma manera que cuando no experimentas esos estados?
Cuanto más felices seamos, más satisfactoria será nuestra experiencia vital y trasladaremos nuestro bienestar a las personas de nuestros círculos. Además, las personas más felices llevan estilos de vida más saludables que permiten reducir el estrés y la ansiedad, disfrutar de mejor salud física y emocional así como de mayor longevidad; pueden desarrollar comportamientos más sostenibles con mayor facilidad; disfrutan de mejores relaciones sociales y es más sencillo que reciban ayuda y confianza.

También resuelven mejor las relaciones y situaciones complejas; son más caritativas y cooperativas; son más enérgicas y con mejor desempeño en sus comunidades (en el trabajo, en el vecindario, etc.); pueden impulsar la creatividad y la innovación y pueden ser más resilientes, ya que piensan de forma más flexible y con mayor ingenio.
Trabajar en nuestra felicidad a nivel individual y colectivo no es un lujo, sino que es una necesidad y desde un punto de vista econométrico probablemente una de las inversiones más eficaces y con mejor ratio coste-beneficio. Desde una perspectiva eudemónica, trabajar en nuestra felicidad es transformarnos a nosotros mismos y, con ello, generar la oportunidad de crear un impacto positivo en nuestra comunidad brillando desde nuestro centro. Es abrir la posibilidad a una resolución evolutivamente avanzada de los conflictos en la que para que una parte gane no es necesario que otra pierda.
¿Cómo cultivamos nuestra felicidad?
Esta es la pregunta que llevan planteándose las grandes culturas y filosofías de la historia desde hace varios milenios. Son muchos los ingredientes necesarios para la receta: aceptación, amabilidad, atención plena, autoconocimiento, compasión y empatía, cultivar la generosidad, la gratitud, el optimismo y las relaciones nutritivas, establecer objetivos, experimentar y descubrir el propósito y significado.

La felicidad no es un destino, sino un camino que recorrer para manifestar nuestros dones y disfrutar de una vida que merezca la pena ser vivida. Si decidimos tomar este sendero, antes o después entenderemos que somos parte de un “nosotros” y la única alternativa que tenemos es tomar decisiones encaminadas a velar por nuestro bien común.